Durante siglos, el ser humano ha encontrado en el libro la mejor manera de sumergirse en culturas y países situadas a miles de kilómetros de distancia. Antes de YouTube, Instagram y los aviones comerciales, el único vehículo que muchos encontraban para saciar su curiosidad y sus ganas de entender mejor el mundo era el libro. La creación literaria suele tener implícita la necesidad de compartir del autor: no solo se transmite conocimiento, también experiencias, inquietudes e imágenes. Imágenes mentales que ayudan a comprender realidades diferentes a la nuestra, con una cercanía más visceral de la un videoblogger puede ofrecernos. Es la magia de viajar leyendo.
Para escribir un libro ambientado en otro tiempo o continente, el autor no necesitó ver un vídeo titulado “10 cosas que no hacer en París”, ni siquiera visitar el lugar; solo necesitaba una cosa: leer. En los libros está el mundo, mejor dicho los mundos. Todo autor hace su aportación en el conocimiento ajeno, incluso aunque esa no sea su pretensión. Todas las culturas aportan algo distinto al autor inquieto hasta llegar, incluso, a crear otros mundos. La palabra escrita tiene la capacidad de transformarse en un retrato preciso a los ojos de su receptor. El autor nos guía con su narrativa hacia parajes del mundo que ni nos habíamos planteado visitar, y él tampoco. No es necesario ir a un lugar para conocerlo, la herramienta siempre estuvo ahí. Lo imprescindible es que la conexión entre los personajes sea tan dinámica como su ruta.
Pongamos un ejemplo: una traficante de diamantes de Sierra Leona; un informático que tras sobreponerse a una vida terrible, descubre que no le han permitido salvar a su hija enferma; una afrikáner miembro del partido ultraderechista flamenco, un miniaturista y falsificador de documentos hijo de un sacerdote vasco, una inmigrante asiática rescatada del mar y los políticos más relevantes del independentismo catalán. Un autor (o en este caso, dos: Rosi Rodríguez Loranca y Juan Ramón García Alquézar) debe tener la capacidad de saber hilar todas estas realidades en solo mundo, el que crea la obra. Estos son algunos de los personajes que confluyen en Deconstruyendo a Eudald Roset, novela cuyo hilo conductor es Casto García, un ladrón de identidades que usa su botín para proteger a otros más desfavorecidos. Esta trepidante y esperpéntica historia se inserta en un contexto histórico real y una actualidad desquiciada, desde 1939 a 2020 y en diferentes continentes, e intenta entretener al lector sumergiéndolo en un caleidoscopio de sorpresa, hilaridad y amor. Para ello, le invita a viajar leyendo tanto en el espacio como en el tiempo.
La literatura tiene la capacidad de configurar mundos en base a sus personajes, pero también puede ofrecernos un guía en forma de protagonista. A veces solo hace falta un buen argumento y un personaje inquieto para trasportarnos a otras regiones. El autor no solo colaborar a que derribemos fronteras, también nos ayuda a vencer prejuicios. Con Martín Cortés, protagonista de Hijo de Malinche, acompañamos al personaje en la percepción única y esclarecedora que tiene del lugar al que le destinan. La curiosidad de este periodista nos llevará a comprender de una manera única y cercana la realidad de un país tan maravilloso como imponente: México. Comprender otras culturas no solo enriquece nuestro conocimiento, en el caso de Martín Cortés, también supone un descubrimiento personal y emocional. Viajar leyendo nos ayuda así a ser más conscientes de nuestra propia realidad.
Si eres un autor inquieto, probablemente estás buscando a alguien que te acompañe en el laborioso viaje de encontrar un público. Medialuna selecciona sus textos con una premisa: convertirlos en vehículo de conocimiento, experiencias y emociones; construir aquello que más amamos, un libro. Si crees que tu narrativa puede conducir a nuestros lectores por esos caminos, no lo dudes: envíanos tu manuscrito.