Medialuna Editorial

Eulalio Ferrer en la memoria

Presentación Entre Alambradas, Eulalio Ferrer

Texto de JUAN G. BEDOYA

La tragedia de España al perderlos

Cuando Eulalio Ferrer volvió a Santander desde el exilio, vivo todavía Franco, acudió de mañana al cementerio local para desparramar claveles en la campa donde los asesinos de la posguerra enterraban a sus víctimas como a animales, por miles. «¿Qué hace usted?», le increpó el vigilante. «Echo claveles sobre mi tumba». «¡Pero usted está vivo!». «Sí. Pero si no llego a irme, estaría enterrado aquí».

La guerra dejó en Cantabria una larga historia de incidentes bélicos -cementerio de los italianos en El Escudo, asedio a los nacionalistas vascos en Santoña, bombardeo del barrio pesquero por la aviación rebelde, la masacre del buque-prisión Alfonso Pérez-, pero sobre todo un reguero de fosas comunes y de personas desaparecidas.

Según la investigación de Santiago Ontañón, que le ha costado décadas de trabajo, en la esquina del cementerio donde se encontraba ese día Eulalio Ferrer (todos los 14 de abril nos reunimos allí varios cientos de personas) hay identificados 1.207 represaliados, de los que 809 murieron fusilados, 90 paseados y 21 por garrote vil. Los otros 284 cadáveres procedían del penal santoñés de El Dueso y de cárceles habilitadas en el seminario diocesano, en dos conventos de la capital y en la fábrica de tabacos.

Para que se hagan una idea del nivel de represión, antes de caer Santander en manos de las tropas de Franco, 13 meses después del golpe militar del 18 de julio de 1936, la guerra fratricida se cobró 1.212 vidas del bando franquista. Pues bien: es una cifra que hay que multiplicarla por siete (unos 8.000 muertos, según el historiador José Ramón Saiz Viadero) para hacerse una idea aproximada de la represión posterior contra dirigentes políticos y sindicales, alcaldes, maestros, periodistas o simples ciudadanos. Franco siguió fusilando hasta 1953, aparte la muerte violenta de medio centenar de maquis y familiares de maquis en las montañas de la región hasta muy entrada la década de los 50

Entre los enterrados en la gran fosa de Ciriego figuran un niño de 10 años, siete chicos de entre 11 y 20 años y 77 jóvenes de menos de 30. También hay tres ancianos de entre 71 y 80 años.

También está la periodista Matilde Zapata, directora del periódico La Región, de orientación socialista. Detenida la noche en que las tropas franquistas tomaron Santander, Zapata fue encerrada en una celda aislada de la Prisión Provincial y ajusticiada a garrote vil después de sufrir torturas reiteradas. Tenía al morir 30 años y era viuda del periodista Luciano Malumbres, asesinado en 1935 por un falangista de Castro Urdiales cuando el entonces director de La Región jugaba a las cartas en un bar del centro de Santander.

El libro de Ontañón ofrece fotografías de los fusilados, cartas que enviaron a los familiares antes de morir, relación de tribunales que dictaron condenas o autorizaron sacas e, incluso, el nombre del capellán del cementerio que se negó a registrar a los enterrados con la intención de borrar su memoria y para que figuraran siempre como «desaparecidos».

Pero he venido a hablar de Eulalio Ferrer. Tenía razón: sin duda habría sido arrojado a esas fosas de haberse quedado en Santander, él y su padre. Era muy consciente de ello.

Con 16 años era secretario de Propaganda de las Juventudes Socialistas. Le hubieran fusilado con seguridad, después de torturarlo, por supuesto.

Eulalio Ferrer fue un superviviente. «El sobrevivir es el milagro de mi vida», dice. Le pesaban los recuerdos cuando hablamos de su huida, muchas veces: la huida con su familia hasta arribar a México, el terrible campo de Argelès-sur-Mer; su encuentro con Antonio Machado tiritando de frío junto a su madre, acurrucada sobre él. Sentados en un banco de la plaza de Banyuls, esperan a Pepe, el hermano del poeta, que les llevará al hotelito de Colliure donde morirán poco después. «Don Antonio iba sin abrigo y coloqué sobre sus hombros el mío, pese a necesitarlo tanto. Fue muy triste», dice en voz baja.

Desde los 70, Eulalio Ferrer volvía un par de veces al año a Santander, su ciudad natal, porque presidía el Premio Menéndez Pelayo, del que era mecenas (lo siguen siendo sus herederos). Antes financió el premio Eulalio Ferrer de Novela, en honor de su padre); acudía al Instituto Cervantes, del que era patrón, y acababa de publicar la novela Háblame en español.

Pese a sus terribles peripecias de juventud, Eulalio Ferrer decía que la vida le había dado muchas satisfacciones, y no pocas las atribuía a haber perdido una guerra en aquella España cainita, ensotanada, estúpida e irremediable. México fue una liberación para él. El primer amor con sexo; la primera empresa -una revista que hacía de cabo a rabo: textos, publicidad, reparto, cobro-; el primer automóvil, que le costó el carné del PSOE -su padre le dijo: «Tú eres un burgués; ni se te ocurra volver por el partido»-; y el orgullo de sus amigos, cuando ya era patrón de grandes empresas de comunicación y podía dedicarse a mecenas, por el placer de compartir.

Leyendo a Eulalio: El exilio español fue durísimo. A la tragedia misma de abandonar la patria donde se ha nacido, derrotados y con la perdida en muchos casos de familiares cercanos y de todos los bienes (la casa, los libros, la ropa, los amigos, el barrio, el trabajo. Todo. Todo), se enfrentaron a la indiferencia, o a la abierta hostilidad y persecución como sucedió con quienes esperanzados con huir a la cercana Francia- cuna de las libertades- terminaron encerrados en campos de concentración o  esclavizados en pelotones de trabajo en los caminos franceses.

En 2014 se conmemoró el 75º aniversario del exilio español, que se inició desde 1936 y  se prolongó hasta la terrible posguerra española. En el caso de México, además de exiliados individuales, llegaron colectivamente en 1937  los denominados «niños de Morelia» que eran huérfanos de la guerra civil o hijos de algunos combatientes republicanos que se ponían a salvo de las vicisitudes del conflicto bélico.

Cruzada según los obispos, que apoyaron el golpe militar con entusiasmo, participaron en la guerra civil buscando apoyos en el extranjero, y en la postguerra gestionaron la represión y la censura durante décadas.

¿Cruzada nacionalcatólica? Sí, cruzada, pero gamada, la de las dos cruces de Hitler, más el apoyo, bien pagado a costa del hambre posterior del pueblo, el apoyo del fascista Mussolini, más los moros llegados desde Marruecos, por decenas de miles, bien pagados, terriblemente violentes y criminales.

Entre todos los países del mundo, México se destacó por su  apoyo a la República, además de ser de los pocos países de la Sociedad de las Naciones que condenaron la grosera intervención militar del nazi- fascismo en el conflicto español.

Esta desafortunada circunstancia, esta tragedia, terminó por convertirse para México en un hecho afortunado: de los cerca de 400.000 exiliados que produjo el golpe militar y la posterior guerra incivil, llegaron a México aproximadamente 30.000

De los cuales un 25% eran destacados intelectuales o científicos, que enriquecieron la cultura y la docencia. Todos inyectaron al país sangre nueva, valores, tesón, constancia, esfuerzo y pronto se volvieron mexicanísimos.

Embajadora en la presentación de este libro. Librería Juan Rulfo. Fondo de Cultura Económica. «México ganó», dijo. ¿Cuánto perdió España? Imaginen. Vaciamiento. Un cementerio. Poema de Dámaso Alonso, que como era del Régimen no fue censurado. Decía: Madrid es una ciudad con un millón de cadáveres. En realidad, aquellos años terribles España parecía un país con 25 millones de cadáveres.

La sola cita de un puñado de los españoles que llegaron a México huyendo de la muerte segura habla de la tragedia nacional, del vaciamiento de España, de la pobreza que se echó sobre la nación (aún no hemos recuperado el pulso del todo: Desempleo en comparación con la Europa desarrollada).

Imaginen haber perdido a Matilde de la Torre, José Gaos, Max Aub, Tomas Segovia, Leon Felipe, Luis Cernuda; Juan Rejano, Niceto Alcalá Zamora- expresidente de la República-, Luis Recasen Siches, Joaquín Rodríguez y Rodríguez, Constancio Bernaldo de Quiroz, Mariano Jiménez Huerta, Mariano Ruiz Funes, Manuel Pedroso, Demófilo de Buen, Rafael de Pina, José Miranda, Wenceslao Roces, Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Jiménez de Asúa, Carlos Boch García, Odón de Buen, Bruno Alonso, Indalecio Prieto y tantos y tantos.

(Sin hablar, claro, del exilio interior: de los cientos de miles de intelectuales, maestros, políticos, intelectuales que o murieron a manos del fascismo, o pasaron años en las cárceles o los campos de concentración y de trabajos forzados,  o tuvieron que vivir en silencio aquel exilio terrible, amenazante, torturador…).

“Allí embarcaba en harapos todo el pueblo español”

Eulalio Ferrer relata en el diario ‘41 días en el mar’ las vicisitudes de los exiliados que huyen en 1939 de Franco y de Hitler camino de México.  “Burdeos amaneció hoy envuelto para mí en las tinieblas de una profunda tristeza. Nosotros nos vamos. Europa quema nuestros pies”. Esto escribe el 15 de junio de 1940 el capitán Ferrer en la primera entrada de un estremecedor diario que va a tener otras cuarenta, una por cada día que durará la travesía por mar desde Francia hasta América. Eulalio Ferrer Rodríguez (Santander, 1920- Ciudad de México, 2009) acababa de cumplir 20 años y es el oficial más joven de su escala en el derrotado Ejército de la II República. Las penalidades del exilio le han espantado todo afán guerrero. Ha malvivido un año largo en el terrible campo de concentración de Argelès-sur-Mer y esa mañana embarca en el vapor ‘Cuba’ rumbo a México. Le acompañan sus padres y una hermana, y viaja en tercera clase, como otro medio millar de fugitivos. Pero Ferrer no es un cualquiera entre tantos.  Esa mañana, el joven capitán decide hacerse escritor y ejercer de analista político. Lo hará con una perspicacia que en aquel  momento resultará profética.

Ha acabado la guerra de España y empieza la guerra de Europa, pronostica en los primeros párrafos del diario de a bordo. “En el ambiente late el presentimiento de una gran catástrofe. Abandonar Francia, donde tantas amarguras he padecido, solo debería concitar alborozo. Pero el panorama es sombrío también para nosotros. ¡Ay, cómo siento cabalgar el drama sobre Europa!” Este pensamiento, anotado el primer día del diario, ensombrecerá todas sus reflexiones,  hasta sumar 41y un centenar de páginas.

Ferrer no publicó en vida ese diario. Lo hicieron sus herederos en 2011 con el título ‘Cuarenta y un días en el mar’, editado en México por el Museo Iconográfico del Quijote. Ahora se reedita en un tomo de casi 300 páginas, como segunda parte de un libro mayor, ‘Entre alambradas’,  publicado en España en 1988 por Ediciones Grijalbo con prólogo de Alfonso Guerra, a la sazón vicepresidente del Gobierno. Guerra, entre tantas páginas  estremecedoras,  subraya la que se refiere a Antonio Machado, caminando débil y enfermo en aquel río humano, un “apiñamiento  de pesadumbre y desventuras” que el poeta soporta junto a su anciana madre. “En la placita de Banyuls, Eulalio Ferrer los encontrará sentados en un banco., y en un acto impulsivo de solidaridad les dejará su capote militar para librarlos del frío”, escribe.  Este prólogo de 1988 se mantiene en la actual edición, completando una página liminar de la hija de Ferrer, la maestra en publicidad Ana Sara Ferrer Bohorques, presidenta también de la Fundación Cervantina de México.

Pero estamos en el vapor ‘Cuba’, embarcados rumbo a Santo Domingo después de pagar 600 dólares por pasajero para que el dictador Leónidas Trujillo, el brutal chivo de Vargas Llosa, les permita desembarcar. Finalmente, negará el permiso, sin devolver el dinero cobrado. Como Franco en España, Trujillo está entusiasmado con los primeros triunfos de Hitler y no quiere empañar sus ardores fascistas recibiendo “a comunistas y socialistas españoles”.

El diario de Ferrer es, casi en cada entrada, un relato de cómo se ha ido fraguando el estallido de la contienda que iba a resultar mundial. Todo es temor en el barco: a los submarinos alemanes, al Gobierno francés en manos ya del filonazi mariscal Petain… “Allí embarcaba en harapos todo el pueblo español: los artesanos, los maestros, los poetas, los músicos, los sabios, los escritores unidos a los carpinteros, a los albañiles  y a los campesinos”.

Raro es el día en que Ferrer no escribe sobre algún sobresalto. “Molotov [ministro de Exteriores de Stalin] ha dicho que para ellos es peor el imperialismo que el nazismo”, apunta el 30 de junio. Dos días más tarde explicará las consecuencia del pacto de no agresión entre Stalin y Hitler. Los exiliados comunistas, perplejos, irritados, a lágrima viva, están empeñados en dirimir sus disputas a golpes.

Rechazados por el dictador Trujillo, la alegría de Ferrer se desborda cuando le comunican que Indalecio Prieto ha logrado del presidente Lázaro Cárdenas permiso para entrar en México. Inmediatamente, se enfrasca  en la lectura de la ‘Breve historia de México’, de José Vasconcelos, que ha encontrado en el barco. “Serían aproximadamente las cuatro de la tarde cuando, en compañía de mi querida familia y del inolvidable Ramón Gallut, pisamos la hospitalaria tierra de México. Suena el Himno de Riego. Lloramos. Absorto en mi emoción, clavo con orgullo mi pensamiento en el pasado: España, y miro con esperanza hacia mi porvenir: México. Cuando mi madre me pregunta por lo que sigue, contesto: Vivir”. Eso  escribe el  26 de julio. Fin del diario.

Eulalio Ferrer pasó a Francia desde Barcelona. Escapaba de una muerte segura a manos de los vencedores en aquella guerra incivil que la jerarquía del catolicismo consagró como Cruzada. “Cruzada, sí, pero con una cruz gamada”,  aclara Ferrer. Con 18 años había sido secretario general de las Juventudes socialistas en Santander, pero despuntaba ya como hombre de la cultura y el pensamiento. Su vocación nació en un hogar donde el padre, tipógrafo, completaba su salario corrigiendo manuscritos de Menéndez Pelayo. Un día, en el campo de concentración, escuchó los gritos de un soldado barbudo. «¡Cambio tabaco por libro!». Hecho. Era el ‘Quijote’. Allí nació la pasión de bibliófilo. Su  Museo Iconográfico Cervantino en Guanajuato, el más importante del mundo, reúne más de 800 piezas, entre pinturas, esculturas o grabados.

Empresario de éxito, publicista y, sobre todo, escritor de 35 libros que lo encumbraron hasta un sillón de la Academia Mexicana de la Lengua –El lenguaje de la publicidad, De la lucha de clases a la lucha de frases y la novela ‘Háblame en español’, por ejemplo, Ferrer destacó en España como un gran mecenas. «A veces me preguntan cuánto he gastado en el Museo Iconográfico del Quijote, o en patrocinar premios y becas, por ejemplo. Les digo: una casa en Nueva York, otra en París, otra en Madrid, y un yate en el puerto de Santander. No tengo eso, pero me siento bien pagado».